Vivimos en una era que nos ha proporcionado más seguridad y prosperidad que nunca. A pesar de esto, los países occidentales enfrentan una crisis de salud mental agravada por la pandemia del 2019, que afecta especialmente a adolescentes y adultos jóvenes. Muchos admiten sentirse perdidos, sin un propósito claro en la vida.
En la búsqueda de respuestas, algunos psicólogos atribuyen la crisis de salud mental al uso excesivo de teléfonos y redes sociales. El tiempo que invertimos en nuestros dispositivos no ayuda; de hecho, estudios sugieren que el uso excesivo de internet podría estar alterando el funcionamiento de nuestro cerebro, lo que algunos expertos atribuyen a la cantidad de horas que pasamos en línea.
Para muchos jóvenes, sentirse perdido es algo habitual. La soledad, la falta de propósito y el vacío no son experiencias nuevas, pero su presencia ha incrementado. Estos sentimientos también se reflejan en el arte, donde la duda existencial es un tema recurrente. Recientemente, se ha manifestado en redes sociales como TikTok a través de videos denominados corecore, que exploran emociones como la soledad y la falta de esperanza.
Quizá esto se deba a un problema más profundo y filosófico. La crisis existencial podría ser una respuesta natural del ser humano ante la falta de una narrativa coherente que dé sentido a su vida. En la antigüedad, los mitos desempeñaban un papel crucial al ayudarnos a comprender nuestra existencia y a explicar el universo. La creencia en dioses o deidades proporcionaba certeza y un sentido de propósito.
En la antigua Grecia, Roma y la Edad Media, no había espacio para preguntas existenciales, ya que la estructura religiosa y mitológica ofrecía respuestas claras y definidas.Nuestra identidad estaba claramente definida por dioses o Dios; por ejemplo, los reyes y reinas eran considerados elegidos por derecho divino, lo que a su vez establecía los roles dentro de la sociedad. La pregunta que surge es: ¿cómo pasamos de la certeza proporcionada por las creencias antiguas a la incertidumbre de la modernidad?
En All The Things Shining los filósofos Hubert Dreyfus y Sean Dorrance Kelly, indican que la respuesta a esta cuestión puede hallarse en distintos puntos de nuestra historia. En Hamlet de William Shakespeare, el protagonista se enfrenta al dilema de “ser o no ser”. Esta elección entre vivir o no vivir es un indicador de que gradualmente Dios ha dejado de definir los aspectos fundamentales de nuestra existencia.
La Ilustración marca una ruptura con el orden divino, haciendo que los mitos que antes nos guiaban pierdan relevancia. En este nuevo contexto, el individuo se convierte en el arquitecto de su propio destino y asume la responsabilidad de encontrar respuestas a sus dudas existenciales.
Esta pérdida de certezas marca el inicio de la modernidad, el crecimiento de la incertidumbre se hace evidente en la filosofía de René Descartes, quien sostiene que debemos dudar de todo, ya que la única certeza incuestionable es nuestra propia existencia.
Friedrich Nietzsche, al proclamar «Dios ha muerto», subraya que la sociedad occidental moderna ya no se guía por un ser divino que ofrezca respuestas a nuestras preguntas existenciales. Para el filósofo Charles Taylor, esto provoca un aumento en el número de creencias religiosas y espirituales, dando lugar a movimientos como el New Age, cuyas doctrinas sólo requieren la aceptación individual y no necesitan la validación de una comunidad. Estas creencias carecen de la fuerza necesaria para resolver nuestras dudas existenciales, lo que conduce al nihilismo, ya que no existe una razón clara para elegir una opción sobre otra. (Dreyfus & Kelly, 2011)
La Muerte de Dios y sus Consecuencias en la Vida Moderna
Nietzsche llama «espíritu libre» al individuo que vive auténticamente en un mundo sin Dios. Libre de limitaciones externas, este ser tiene la capacidad de crear su propio significado, pero esto supone una pesada carga para la psique humana, ya que implica convertirse en su propio dios. (Dreyfus & Kelly, 2011)
A partir de este punto, el ser humano se embarca en la búsqueda del sentido de la vida en un universo indiferente, donde no existe un gran plan que defina nuestra existencia. El individuo se convierte en el centro y asume la capacidad de crear sus propios significados, mientras la ciencia actúa como guía, pero es incapaz de sustituir el papel que antes desempeñaba lo divino. Ante esta situación, el ser humano está a la deriva, aferrándose a la esperanza del regreso de Dios.
La tragedia moderna radica en nuestro fracaso para construir una narrativa coherente que le otorgue sentido a nuestras vidas . Nos perdimos en la búsqueda, distrayéndose con el hedonismo y el consumismo, olvidándonos del propósito de nuestra exploración.
En este nuevo paradigma, todo se convierte en un producto: desde experiencias y relaciones hasta corrientes filosóficas y prácticas espirituales. Esto ha dado lugar a una cultura incapaz de abordar las preguntas más profundas sobre nuestra existencia. El creciente énfasis en el individuo ha fomentado una visión falsa del éxito personal basada en el dinero y en la búsqueda de la perfección. El viaje pierde su valor como fuente de conocimiento y transformación personal, siendo reemplazado por la simple acción de publicar una foto en redes sociales.
La pérdida de certidumbre ha creado un ambiente propicio para el escepticismo, generando una desconfianza generalizada en instituciones como la academia, lo que ha llevado a que verdades científicas y matemáticas pierdan su validez. Ideas como la simulación y diversas teorías conspirativas han ganado terreno en el debate público, convirtiéndose en temas serios de discusión.
El desarrollo tecnológico ha agravado aún más esta crisis. Los algoritmos, diseñados para optimizar el consumo, han reemplazado el criterio humano. Servicios como Spotify y Netflix recomiendan música y películas basadas en patrones de consumo. En el pasado, las recomendaciones de música y cine dependían del gusto y del conocimiento de los críticos.
En esta nueva realidad, cultivar el conocimiento ha perdido importancia, lo que ha dado paso al anti intelectualismo y a la desinformación. El rol del intelectual como guía y mediador de la verdad se desvanece, dejando al individuo la responsabilidad de encontrar sus propias respuestas. Una búsqueda aparentemente inocente sobre temas políticos, con ayuda del algoritmo, puede exponernos a ideas radicales. Esto ha fomentado la creación de cámaras de eco que limitan la exposición a otros puntos de vista, agravando la polarización política
El avance tecnológico nos ha beneficiado, pero también ha contribuido a distanciarnos de nuestro papel como cultivadores de conocimiento. Esto ha fragmentado nuestra capacidad de construir valores compartidos, la soledad de nuestra cultura es una consecuencia de la pérdida de lo que nos define como humanos. La vida moderna ha contribuido, de manera inadvertida, a nuestro nihilismo contemporáneo.
En una entrevista el escritor David Foster Wallace afirmó: “Esta es una generación que no ha heredado absolutamente nada en cuanto a valores morales significativos”. El aumento de emociones como la soledad, la ansiedad y la falta de propósito es un reflejo de nuestro fracaso en otorgarle sentido a nuestras vidas. Aunque esto no debería ser motivo para abandonar nuestra búsqueda. Si la retomamos, podríamos redescubrir el valor y la belleza de los mitos del pasado y, con ello, reconectar con nuestra propia humanidad.
Referencias:
Dreyfus, H., & Kelly, S. D. (2011). All things shining: Reading the Western classics to find meaning in a secular age. Free Press.
Autor
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Egresado de la carrera de Ciencia Política (ITAM) , amante de la literatura, aficionado del arte, la música y la moda.